C desnuda Ensayo sadeano IV - Especiales

 
La cuarta parte del Ensayo Sadeano escrito por @Hermanita_ y con el apoyo de la Chorcha Chillis Willis, El tema el desnudo femenino.

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Aqui el texto escrito:

IV

[E]l terreno del erotismo es el de la transgresión de los interdictos. El deseo del erotismo es el deseo que triunfa sobre el interdicto. Supone la oposición del ser humano a sí mismo. Los interdictos que se oponen a la sexualidad humana tienen en principio formas particulares, afectan por ejemplo, bajo un aspecto que sin duda no se daba en las épocas más antiguas con el paso del animal al ser humano, y que, por otra parte, se pone hoy día en cuestión, me refiero a la desnudez. En efecto, el interdicto de la desnudez es hoy en día estricto, pero, a la vez, está puesto en cuestión. Todo el mundo se da cuenta del relativo absurdo del carácter gratuito, históricamente condicionado, del interdicto de la desnudez y, por otra parte, del hecho de que el interdicto de la desnudez constituye el tema general del erotismo, me refiero a la sexualidad propia del ser humano, la sexualidad de un ser dotado de un lenguaje.
Georges Bataille, El erotismo.

Además, en el erotismo, este juego libre de las conciencias libres, la desnudez del cuerpo femenino es sumamente transgresora, pues, en definitiva, es el cuerpo en el que esta sociedad falogocéntrica todavía pone el énfasis por encubrir y descubrir en secreto, en privado, en el terreno propio del patriarca. De allí el escándalo permanente por nuestros libertinajes postmodernos en el espectáculo, los vibrantes escándalos por el erotismo de la publicidad y el espectáculo, que todo lo contamina, y por todas partes expone y hace visible en forma simbólica ese cuerpo simbólicamente censurado. Todo se contradice y deshace, todo.

Se considera que el cuerpo tiene partes pudendas que hay que cubrir, partes que nos deben hacer sentir pudor y vergüenza, pues a partir de cierta edad el cuerpo remite a aquello que el ser humano tanto quiere olvidar: la pertenencia a ese grupo animal de los mamíferos vertebrados, etcétera, pues a las personas del sexo femenino se les desarrollan los pechos a determinada edad, amamanten o no. Y como a los varones no se les desarrollan los pechos a ninguna edad, por envidia trágica, desde su condición dominante en lo sexual, lo económico y lo público, se sienten superiores porque esa no es una parte pudenda de su cuerpo, es decir, no es una parte de la que deben sentir pudor y vergüenza, una parte libre, pública, abierta, ya que no tienen un signo físico tan evidente de nuestra pertenencia al orden animal de los mamíferos, de aquello que quieren olvidar: su cuerpo mamífero, atrofiado o algo así.

La desnudez de los pechos femeninos es una prohibición de doble batiente, un doble lazo semiótico: a la vez que es lo más escandaloso en cierto nivel del Eros falogocéntrico institucional, pues su exhibición pública denigra la condición esencial de madre que, se supone, les corresponde a las mujeres. A cierta edad, cuando una niña deja de serlo y se convierte en mujer, tiene que ocultar esos pechos que se le han comenzado a desarrollar. Pero también desde esa edad esa visión indebida de los pechos desarrollados de las mujeres se convierte en una imagen que se permite ver casi por todas partes, cada vez con menos dificultades de censura, al grado que hoy día los pechos de las mujeres son uno de los objetos mercantiles más exhibidos en público. Tienen un alto valor como fetiche sexual. Porque se confunden en forma clara con el sueño de amor del macho-varón, es decir, con esa ilusión egoísta de que el hijo estuvo efectivamente unido en cuerpo y mente con la madre cuando habitó el cuerpo de ella, una grave mentira o mito patriarcal, pues sirve para legitimar la hegemonía política y económica del sexo masculino y los varones. Los pechos son la zona pudenda con que la boca del hijo entra en relación sexual simbólica, fetiche, desviada, perversa, con la madre. Una metáfora opaca de la escena primera, imposible de reconstruir, la imposible disolvencia del momento de la procreación del hijo en el momento en que siente cómo la madre lo alimenta con esos flujos de líquido que brotan de su pecho, la sensación de la vida, la acción contra el hambre, ese también goce erótico intenso, profundo, duradero. A tal grado se han vuelto sobre-significantes los pechos desarrollados de las mujeres en esta sociocultura del espectáculo y la desaparición del patriarcado, que gran parte de la pornografía puesta en circulación se funda justamente en dar a la plena observación de quien sea los pechos descubiertos de las mujeres, entre más voluminosos y desproporcionados en relación al cuerpo que los porta, mejor, más fetiche, más deseables, más apreciados, para el sexo, el dinero y la política de segunda categoría, la machista, de votos y corrupción. Ese fetiche, esa metonimia muy extraña y al mismo tiempo cotidiana, incómoda y gozable.

Por lo contrario, si la parte superior del cuerpo femenino es hasta celebrada, pues constituye un signo manifiesto de la maternidad, deber ser de toda mujer dentro de este in-equitativo orden simbólico para organizar la civilización y la sociocultura, entonces la visión de la desnudez de la parte inferior del sexo femenino es realmente lo insoportable, lo indeseable, el conflicto. El sexo en sí, la genitalia femenina, eso es lo que siempre debe estar resguardado de las miradas curiosas, por un lado, y entonces, por el otro lado, eso es lo en verdad más deseable para la mirada institucional, pues se considera que el sexo de la mujer es y debe ser visible únicamente para el sujeto que será su dueño o propietario privado, y si no tiene dueño que le impida cuidar de la mirada de los otros esa desnudez, pues se le considera entonces como un cuerpo prostituible o comerciable para el placer de los varones, que, a cambio de dinero pueden disponer de la mirada de esa parte pudenda. La parte en que el hijo y la madre se unen y desunen, se encuentran y desencuentran, pendulando, según el Edipo y el sueño de amor. Madre o puta, eso es lo que hay que ver allí, en esa parte pudenda, un concepto, un uso, un intercambio: objeto, signo, deseo. Simbólicamente, violentamente, no hay mejor mujer que la madre y no hay peor mujer que la puta, y ambas están presentes, latentes, pendulando, en esa parte pudenda del cuerpo femenino. Sí, la trampa de este dispositivo machista en buena parte consiste en hacer desear al cuerpo femenino como madre o como puta, y nada más, sin ver lo demás, sin nombrarlo, ni traerlo a cuento… más que en lo interdicto, en la sombra, en el silencio, en los gritos y los quejidos. Para que la máquina libidinal de tal cuerpo se ofrezca y demande en el mercado y ello se regule desde el estado y la opinión pública, desde los territorios donde se ejerce aún a la fuerza, sin discurso, la hegemonía del colectivo del sexo masculino. La reducción de una identidad a un cuerpo, es decir la negación de la identidad, para mostrar ese cuerpo como objeto vendible por excelencia, justo por sus servicios para el goce y para la ley de la herencia paterna, servicios ajenos a toda subjetividad e identidad, servicios que cosifican a la persona o intimidad de ese cuerpo. Que, para ganar plusvalía, debe estar oculto, invisible, en silencio, lo más alejado del mercado y lo público, para situarlo en desventaja cuando se encuentre en tales lugares, de modo que termina enjaulado en lo privado y lo público, al menos de principio, en prácticamente todo el mundo, todavía. Para que funcione, siga funcionando la máquina libidinal de las leyes del mercado.

Estamos plagados en lo público manifiesto por las imágenes de las desnudeces femeninas como impulso mercantil. Son desviaciones falogocéntricas, pues ocultan lo esencial, la imagen primera, la escena crucial, donde se funda la presencia posible del sujeto. Sólo se permite el fragmento, lo parcial, la metonimia, la metáfora lejana, el distanciamiento, la separación de tal desnudez, nunca su presencia real, quizá ni siquiera para los sujetos que la realizan como relación sexual imposible. Tal desnudez. La que enciende la máquina de la conciencia, la máquina de la libido… la desnudez que enciende la psique del sujeto individual simple, mortal… el comienzo y el origen del yo/ego. Lo prohibido. Pensar ese hecho. Sacarlo del silencio y la oscuridad, enfocarlo con cuidado para extraerlo de lo opaco y sordo del mito del instinto y la fuerza de la carne. Porque la desnudez femenina real únicamente cabe en el orden de la perversión, donde se distorsiona todo por completo, como tiene que ser, en la prostitución universal como acción coherente y congruente con el ateismo total, sin titubeos, afuera de la fisiología médica y la inhibición sublimatoria, afuera del arte y el delito. Porque dentro de este injusto orden simbólico la desnudez de la mujer está regulada, básicamente, por la ley de la propagación de la especie, pues con esa actitud de desnudez de la mujer el cuerpo de sexo femenino está al servicio de la reproducción según las normas de propiedad que dicta, solamente, el deseo egoísta del varón. Una equivocación tremenda. Para valorar el valor de los objetos, los signos y las herencias como propiedad privada, lo que se sanciona por sistema es el trabajo real del cuerpo femenino que se desnuda para cualquier simulacro desconstructor y desvirtuante de la propagación de la especie, es decir, de contradecir el impulso mismo del orden patriarcal, pues aún con esa actitud de desnudez está afectando gravemente los interdictos puritanos y pacatos que regulan hoy día el consenso real del ser social. De modo que esa desnudez, en apariencia servil, tampoco sirve para lo que debe servir, según el canon, y por encima de todo símbolo e incluso de toda lógica simple, por encima de la supuesta marca natural de la identidad de la unidad de la conciencia y por encima siempre de la norma, plantea otras figuras de conciencia y existencia, distintas y efectivamente contrarias al orden simbólico falogocéntrico, ahora y aquí. Porque, hasta cuando está en situación instituida, enjaulada, la desnudez del sexo femenino transgrede La Ley, nos libera de esta Ley que organiza el fetichismo, esta Ley que se cree invencible. La desviación simbólica predomina entonces, como casi siempre, en buenas condiciones democráticas, posibles ya casi siempre de inmediato, la mal interpretación intencionada, libre. Duda permanente y apartamiento absoluto. Soledad solidaria.

Con la ampliación de la distorsión feminista, comunal, libertaria.




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Escrito Pieladentro por Claudia Contreras

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