Martes de literatura El premio Nobel
Como se gana un nobel
¿Análisis semióticos? ¿Comparación de
textos? ¿Interpretaciones críticas? ¿Sesudos razonamientos y premisas seguidos
de conclusiones deductivas? No va por ahí la cosa: se trata de algo que procede
de la praxis de andar por casa del batín guateado y el coñac.
Ahora sabemos que para el jurado designado
por la Academia Sueca en 1961 J.R.R. Tolkien era un escritor con una prosa “de
segunda categoría”, Lawrence Durrell sufría una “monomaníaca preocupación por
las complicaciones eróticas”, Alberto Moravia adolecía de una “monotonía
general”, Robert Frost era por entonces “demasiado viejo” (86) y E.M. Forster
se había convertido en “una sombra de lo que fue”.
Graham Greene
Graham Greene, nunca
¿Quién ganó a Tolkien, Durrell, Moravia,
Frost, Forster y los otros dos finalistas de 1961, nada menos que Graham Greene
y Karen Blixen? El jurado decidió otorgar el galardón, “por la fuerza épica con
la que ha reflejado temas y descrito destinos humanos de la historia de su
país”, al poeta yugoslavo Ivo Andrić. Quizá a ustedes no les suene. No se
inquieten: somos millones.
Hoy dedicamos nuestra sección de los
miércoles, Cotilleando a…, a unas cuantas sombras, polémicas, injusticias,
desafueros, iniquidades y disparates del Nobel de Literatura (1,4 millones de
dólares en metálico, diploma, medalla de oro y un televisadísimo y muy
ventajoso en términos de royalties ‘choca esos cinco’ con el Rey de Suecia).
1. Para empezar, una nómima de
apestados: Marcel Proust, EzraPound,
James Joyce, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, John Updike…
Con sus obras se podría subsistir durante varias vidas, pero ninguno ganó el Nobel,
casi siempre por motivos extraliterarios o políticos.
2. La Academia Sueca nunca quedó mejor
retratada en su medianía como hurtando el premio a Borges, nominado casi todos
los años desde la década de los sesenta.
Se especula que en 1977 habían decidido dárselo (a medias con el español
Vicente Aleixandre), pero reconsideraron la propuesta porque Borges fue a Chile
a recibir una medalla que entregaba el dictador Augusto Pinochet (sin
justificar al escritor, conviene recordar que los premiados Jean-Paul Sarte
(1964) y Pablo Neruda (1971) apoyaron de palabra, obra y actos al mayor asesino
de masas de la historia, José Stalin). Cuando le preguntaron si sabía que ponía
en peligro el Nobel, Borges dijo: “Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el
Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?… Sí, Pinochet,
me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me
condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos”. En 1981 un periodista
preguntó a Borges: “¿A qué atribuye que no le hayan dado el Nobel de Literatura?”.
El escritor respondió: “A la sabiduría sueca”. En otra ocasión dijo: “Yo
siempre seré el futuro Nobel. Debe ser una tradición escandinava”. Según una de
sus biografías, a Borges le afectaba el ninguneo más de lo que simulaba. Cada
octubre recibía la noticia de que no había obtenido el Nobel “con humor
agridulce y el corazón apretado” y “adoptó aires de perdedor experto”.
3. Jean-Paul Sartre rechazó el premio en
1964 porque no deseaba ser “institucionalizado por el Oeste o por el Este” (“no
es lo mismo si firmo Jean-Paul Sartre que si firmo Jean-Paul Sartre, Premio
Nobel”, dijo). El escándalo fue mayúsculo. Al autor de La náusea le llovieron
los insultos. Le llamaron “hiena dactilográfica” y “delincuente del espíritu”,
le describieron como un “pequeño hombrecillo de los ojos desviados, aquel que
parece saberlo todo” y le acusaron de ejercer el “excrementalismo sartreano”.
Recibió centenares de cartas de personas humildes que lo impulsaban a aceptar
el premio y donar el dinero. La prensa rosa terció en el asunto: adujo que
Sartre había rechazado el Nobel para evitar los celos de Simone de Beauvoir, su
compañera sentimental. Sartre escribió: “Rechazo 26 millones [de francos de
entonces] y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se
venderán más porque la gente va a decirse: ‘¿Quién es este atropellado que
escupe sobre semejante suma?’. Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo
pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho
nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el
sistema”. La Academia sueca se hizo la sueca: “El laureado nos informa que él
no desea recibir este premio, pero el hecho de que él lo haya rechazado no
altera en nada la validez de la concesión”. En suma: muy a su pesar, Sartre
sigue figurando entre los laureados.
4. La última polémica dura se desató en
2008, cuando el entonces secretario de la Academia Sueca, HoraceEngdahl,
declara sin sonrojo a una agencia de prensa que “Europa todavía es el centro
literario del mundo”, acusa a los EE UU de ser una nación “demasiado aislada,
demasiado insular” [Suecia tiene 9,4 millones de habitantes, menos que la
ciudad de Nueva York] y a sus literatos de ser “sensibles a las tendencias de
su propia cultura de masas”. La crítica literaria estadounidense aprovecha la
concesión del premio de 2009 a la rumano-alemana Herta Müller para tildar a los
académicos de “eurocéntricos” y, con bastante razón, menciona, entre otros, a
Philip Roth, autor de refinado y astuto cosmopolitismo que introdujo en los EE
UU a notables escritores europeos como Danilo Kiš, WitoldGombrowicz,
MilanKundera y Primo Levi, que tampoco ganaron el Nobel. La última escritora de
los EE UU en obtener el premio fue Toni Morrison en 1993 (en total, una decena
de estadounidenses lo han ganado). Europa ha dominado con carácter casi
autárquico el galardón en las últimas décadas. Hay escasas excepciones: Mario
Vargas Llosa [que tiene nacionalidad española] (2010), el turco OrhanPamuk
(2006), el sudafricano J.M. Coetzee (2003), el chino GaoXingjian (2000), el
japonés Kenzaburo Oe (1994)…
5. Desde la primera edición del Nobel
(1901), los escritores suecos han recibido más premios que los de toda Asia.
6. El premio a la austriaca ElfriedeJelinek
(2004), una especie de Lucía Etxebarría centroeuropea y sin tufo a paella,
derivó en la renuncia del académico KnutAhnlund, que habló de la concesión como
“un daño irreparable” al prestigio del Nobel y a las “fuerzas progresistas” y
calificó la obra de la escritora como “una masa de texto sin el menor rastro de
estructura artística”. Unos años antes, en 1989, otro par de académicos,
KerstinEkman y Lars Gyllensten, dimitieron en protesta por el silencio de la
institución sobre la condena a muerte dictada por el Ayatolá Jomeini contra el
escritor Salman Rushdie (propuesto como candidato pero rechazado por ser
“demasiado popular”, según declaró un miembro del jurado). Ese año se llevó el
premio el escritor español Camilo José Cela.
7. El año de la gran vergüenza para los
académicos fue 1974, cuando el Nobel se lo llevaron los escritores suecos
Eyvind Johnson y Harry Martinson, desconocidos fuera de su país y asiduos
miembros de los jurados que adjudican el premio. Eran candidatos dos de los
grandísimos ausentes en el listado, Graham Greene y Vladimir Nabokov, y
SaulBellow, que lo ganó dos años más tarde.
8. El poeta W.H. Auden tenía el Nobel en el
bolsillo, pero cometió la imprudencia de comentar en conferencias públicas en
Suecia que el premio Nobel de la Paz de 1961, el sueco DagHammarskjöld,
secretario general de la ONU entre 1953 y 1961, era homosexual (como Auden).
9. También estuvo a punto de obtenerlo
André Malraux, pero a los académicos les parecía “demasiado rojo”.
10. La regla no escrita pero tácita durante
las primeras décadas de los premios era lo que se llamaba dirección ideal. La
Academia tenía claro cuál era literariamente hablando: el conservadurismo. Así
se explica el premio a RudyardKipling (1907) y los rechazos a sus
contemporáneos León Tolstói y Émile Zola. Con el tiempo la dirección ideal fue
sustituida por el interés general, lo que dió lugar a premios baratos como los
de Sinclair Lewis (1930) y Pearl Buck (1938). Ahora no hay dirección alguna y
parece, como en el libre mercado y los consejos de ministros de Rajoy, que todo
vale.
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